BUSCANDO
AL GRAN RELOJERO
Como ya hemos dicho, hay científicos que se
preguntan si existe un principio organizador que sea el origen de la vida
y el gran animador de la misma.
Este principio inteligente, creador y organizador,
habría definido las condiciones indispensables para que la
Vida se manifieste, para que evolucione, y todo ello a
través de un escenario grandioso y magníficamente
armonioso. Con este principio se resuelve el gran problema del
sentido de la existencia, y con ello la ciencia se
acerca a las más antiguas tradiciones filosóficas
de la Humanidad.
El universo visible,
tal y como existe, es el resultado de una quincena de constantes
físicas y de unas condiciones iniciales muy
particulares.
Copérnico destrona definitivamente el lugar
central que la Tierra
había ocupado en el cielo cristiano (los
pitagóricos ya lo habían hecho muy anteriormente,
así como los egipcios y los babilonios). Hoy sabemos que
nuestro Sol es una estrella de dimensiones humildes y que se
encuentra en las afueras de una galaxia modesta compuesta de cien
mil millones de estrellas. La Vía Láctea, nuestra
galaxia, tampoco es demasiado extraordinaria y comparte el universo
visible con otros cientos de miles de millones de galaxias.
El hombre no
es sino un grano de arena en una playa cósmica que se
extiende al horizonte infinito. El radio del
universo podría tener unos quince millones de años
luz, y si
consideramos un calendario donde toda esa dimensión
contara por un año, el hombre
habría nacido el 31 de diciembre, a las 23.59
horas.
Esta reducción del hombre a lo insignificante
conduce al pesimismo y al grito de angustia del filósofo
Pascal: "El
silencio eterno de los espacios infinitos me comprime el corazón".
La misma tendencia reaparece tres siglos más tarde con el
biólogo francés Jacques Monod: El hombre se
encuentra perdido en la indiferencia del universo de donde ha
surgido por azar. Y en nuestros días el "cientifismo" a
ultranza se manifiesta con el físico americano Steven
Weinberg, quien añade: Más comprendemos el
universo, más nos aparece desprovisto de
sentido.
Afortunadamente, no todo el mundo piensa de la misma
manera, y otras corrientes intelectuales
y científicas mucho más optimistas también
se hacen eco de la inmensidad cósmica sin caer en ninguna
angustia existencial, sino todo lo contrario.
El hombre no ha surgido por azar en un universo
indiferente. Los dos se encuentran en relación estrecha y
simbiótica: "Si el universo es tan grande y formidable es
precisamente para permitir nuestra presencia", dice el
astrofísico Trinh Xuan Thuan.
La cosmología contemporánea indica que la
existencia del ser humano, o de toda otra forma de inteligencia y
conciencia,
parece inscrita en las propiedades de cada átomo,
estrella y galaxia del Universo, así como en cada una de
las leyes
físicas que rigen el cosmos. Si las propiedades y las
leyes del Universo hubieran sido mínimamente diferentes,
ninguno de nosotros estaría aquí para discutir este
problema. El Universo ha tenido que contar desde el principio, y
de forma germinal, con las condiciones necesarias para la
emergencia, en algún momento de su evolución, de ese observador inteligente
que somos nosotros.
En palabras del físico Freeman Dyson: El universo
sabía de alguna forma que el hombre iba a
llegar.
Efectivamente, este paradigma
implica que existe un plan en el
Universo, o si se quiere, que el Universo tiene una raíz
mental, un pensamiento
consciente que establece las reglas de la
manifestación.
UNIVERSO-JUGUETE
Sin entrar en detalles matemáticos complejos,
podemos decir que los astrofísicos saben hoy en día
jugar al Creador utilizando potentes ordenadores y complejas
ecuaciones
para construir modelos
reducidos del Universo, una suerte de "universos-juguete". Basta
con recordar que la evolución de nuestro universo, o de
cualquier otro sistema
físico, se determina por las llamadas "condiciones
iniciales" y por una quincena de números conocidos como
las "constantes físicas".
Por ejemplo, la curva trazada por una bala en el espacio
antes de caer a tierra se
puede describir con toda precisión. Cualquier
físico o matemático establecería la
ecuación que define esa trayectoria en base a la ley de la
gravedad y a las condiciones iniciales existentes:
posición de la bala en el punto de tiro, velocidad de
lanzamiento, etc.
La ley de la gravedad enunciada por Newton depende
de un número llamado la "constante gravitacional". Lo
mismo ocurre con otras constantes que controlan la intensidad de
las fuerzas nucleares fuerte y débil o la fuerza
electromagnética. Otras constantes intervienen en la
velocidad de la luz, la constante de Plank determina el
tamaño de los átomos, y los números
caracterizan la masa de las partículas elementales
(protón, electrón). Esas constantes, como su nombre
lo indica, no varían ni en el espacio ni en el tiempo. No se
puede explicar porqué esas constantes tienen los valores
que tienen pero se puede decir que los valores que
tienen son los únicos posibles, y ningún otro, para
que la vida se manifieste, y algo más tarde la
conciencia.
Esas constantes son las responsables de todo lo que se
manifiesta en el Universo y de la forma en que se manifiesta,
puesto que son ellas las que determinan, no solamente la masa y
el tamaño de las galaxias, de las estrellas y de nuestra
tierra, sino también la forma y todas las
características físicas de todos los seres vivos:
la altura de los árboles, la forma de las hojas y de los
pétalos de rosa, el peso y la forma de las hormigas, de
las jirafas y de los hombres y probablemente la emergencia de la
conciencia.
En cuanto a las condiciones iniciales del Universo,
podemos citar entre otras la cantidad de materia que
contiene o el índice de expansión inicial. Los
astrofísicos se han dado cuenta, gracias a una multitud de
universos-juguete, que por poco que se cambiara una cualquiera de
esas constantes, o las condiciones iniciales, el Universo nunca
habría podido manifestar la vida y aún menos la
conciencia.
Un cambio
ínfimo de una de esas constantes hubiera provocado la
esterilidad del Universo. Por ejemplo, la densidad inicial
de la materia en base a la gravedad, influye en la
expansión o el hundimiento del Universo: demasiado
elevada, se hubiera hundido sobre sí mismo al cabo de
algunos años de existencia; demasiado débil, las
estrellas nunca se habrían podido formar, y sin estrellas
la vida nunca se habría manifestado.
Aún hay más: el calibraje de la densidad
indispensable para que el Universo sea lo que es, ha tenido que
hacerse con una precisión del orden de 10-60,
precisión comparable a la que tendría que tener un
arquero que quisiera clavar una flecha en una diana de un
centímetro cuadrado que se encontrara colocada en los
confines del Universo, a una distancia de quince mil millones de
años luz.
Y lo mismo ocurre con las otras constantes: todas tienen
que encontrarse calibradas con una precisión inimaginable,
pues de otra forma ni la vida ni la conciencia habrían
podido existir.
Así pues, el hombre (o toda otra conciencia en el
Universo) puede recuperar su valor dentro
de la inmensidad del mismo. La inmensidad y la longevidad del
Universo son necesarias, incluso indispensables, para que la vida
recorra todos los escalones de la complejidad que llevan al
hombre o a cualquier otra forma de inteligencia.
EL
PRINCIPIO "ANTRÓPICO"
El hombre jamás ha cesado de interrogarse sobre
el lugar que ocupa en el Universo. Con el advenimiento de la
ciencia
moderna y la pérdida de interés
por las mitologías antiguas, nos hemos ocupado de medir el
Universo y de realizar el inventario de su
contenido material, pero al mismo tiempo la eterna pregunta se ha
formulado cada vez con mayor precisión: ¿Por
qué es tan grande el universo observable y por qué
comporta un número tan extraordinario de galaxias
(evaluado en centenares de miles de millones)? En ese marco
extraordinario, la aparición de la vida y del hombre,
¿es el resultado del puro azar? En otras palabras,
¿nuestra existencia es accidental, insignificante,
absurda?
Antes de la llegada de la cosmología relativista
(aplicación de la Teoría
de la Relatividad General, A. Einstein, 1915), esas preguntas
eran exclusivamente de orden filosófico o
teológico. Con el tiempo, toda una serie de ideas,
teorías
y observaciones han conducido a los cosmólogos a ciertas
reflexiones que iban a centrarse, en los años 70, en
torno al llamado
"principio antrópico". Este principio no ha cesado de
excitar los ánimos de la comunidad
científica y es el objetivo de
numerosas controversias y de críticas no resueltas hasta
ahora.
Resumiendo mucho, podemos abordar directamente la
formulación del principio antrópico tal y como la
ha dado el astrofísico británico Brandon Carter,
quien ha propuesto dos versiones del mismo principio.
Según su "forma débil" (Weak Anthropic
Principle), la presencia de observadores en el universo, es
decir, nosotros mismos, exige una serie de condiciones
predeterminadas en cuanto a la posición temporal que
ocupan los mismos dentro del cosmos, y también en cuanto a
algunas variables
cosmológicas, como son la densidad o el tamaño del
Universo.
Si se considera la "forma fuerte" (Strong Anthropic
Principle), esas exigencias se generalizan en todos los campos, y
cada una de ellas es indispensable e invariable, pues cada una de
ellas determina nuestra presencia. En otras palabras, la
aparición de seres complejos y evolucionados exige unas
condiciones únicas y exclusivas desde los comienzos del
Big-Bang. Esto lo ilustra Freeman Dyson con este aserto: Cuando
miramos el universo e identificamos los múltiples accidentes de
la física y
de la astronomía que han trabajado de mutuo
concierto en nuestro provecho, todo parece haber pasado como si
el universo debía, de alguna manera, saber que nosotros
íbamos a nacer.
A partir de las variantes del principio
antrópico, surgen diversas interpretaciones, entre las que
destacamos aquellas que tienen un marcado carácter finalista, y en donde la
aparición de los seres vivos y de la conciencia forma
parte de un plan premeditado, de un pensamiento que se expresa a
través de la evolución de la vida.
Esas tendencias científicas responden a la
esperanza formulada por Theilhard de Chardin en esta frase: La
verdadera física es la que llegará, algún
día, a integrar al hombre total en una
representación coherente del mundo.
Gracias al "principio antrópico" nos colocamos en
las antípodas de la filosofía
existencialista de Sartre, puesto
que este último calificaba al Universo, en la
Nausée, de "larva húmeda" y de "suciedad
asquerosa".
Así pues, el Universo parece calibrado de forma
extremadamente precisa y con la intención de manifestar en
su momento la vida, y algo más tarde, un observador capaz
de apreciar su extraordinaria armonía.
UN DIOS
MATEMÁTICO
Muchos siglos después de los Pitagóricos
se vuelve a hablar de leyes físicas y de
formulación matemática
como expresiones de lo divino, o al menos del principio pensante
del Universo.
Los físicos no hablan de dios, pero le dan a las
leyes físicas unos atributos que recuerdan curiosamente
las características que los antiguos textos sagrados
otorgan a la Divinidad. De esos atributos podemos destacar los
siguientes:
1. Las Leyes físicas son universales y se aplican
en todo tiempo y en todo espacio, desde nuestro humilde planeta
hasta el confín de las galaxias.
2. Son absolutas, puesto que no dependen del que las
descubre. Un belga o un español
acabarán por descubrir las mismas e idénticas
leyes, hace miles de años o dentro de miles de
años.
3. Son atemporales, puesto que si bien describen un
mundo sometido al tiempo, así como los fenómenos en
movimiento y
cambio continuo, las leyes permanecen idénticas a ellas
mismas sin ningún cambio.
4. Son omniscientes, puesto que actúan sobre los
objetos materiales con
la determinación del que sabe de antemano hacia
dónde quiere ir y lo que quiere obtener.
Bibliografía
- Woleness and the implicate order. David Bohn. ARK
Edition, 1983. - Le Pincipe anthropique. Demaret J. y Lambert D.
Armand Colin, Paris 1994. - Pour sortir du XXe siécl. Edgar Morin. Points,
1981. - Les Déranguers d'univer. Freeman J. Dyson.
Payot, 1987. - Le Tao de la Physique. Fritjof
Capra. Le Temps du Changement. Wilwood House,
1982. - Le Hasard et la Nécessité. Jacques
Monod. Le Sueil, 1970. - Une nouvelle sciencie de la vie. Ruper Shaldrake. Ed.
du Rocher, 1985. - Les Trois Premières Minutes de l'Univers.
Steven Weinberg. Le Seuil, 1978 - La Mélodie secrète, Du Chaos et de
l'Harmonie, L'infinie dans la paume de la main. Trinh Xuan
Thuan.
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